SECUENCIA DE ACTIVIDADES PARA LA
PRIMERA QUINCENA DE SEPTIEMBRE
Hola ¿Cómo estás? Espero que muy
bien. Nos ponemos a trabajar.
LEE ESTAS INSTRUCCIONES:
Trabaja
en el siguiente orden: 1-PRÁCTICAS DEL LENGUAJE; 2-CIENCIAS SOCIALES;
3-CIENCIAS NATURALES; 4- MATEMÁTICA.
LEE
CADA CONSIGNA antes de comenzar a trabajar.
Donde
dice “COPIAR O IMPRIMIR”, DEBE ESTAR
EN LA CARPETA.
MUY IMPORTANTE: SI TIENES DUDAS DEBES PREGUNTAR A TU
MAESTRA
PRÁCTICAS DEL LENGUAJE
Traza línea larga
en la carpeta, en la parte de Lectura y escritura.
Escribe: primera
quincena de septiembre
Título: Continuamos leyendo Los viajes de Simbad
el Marino
A) A) CONSIGNA: LEE EL CUENTO AL MENOS DOS VECES.
Hasta ahora hemos leído los dos primeros
viajes que hizo Simbad el Marino. Ahora
leeremos otros viajes más que realizó este mercader aventurero.
Comencemos:
…..Tomé una decisión. Me quité el turbante,
lo trencé como una cuerda y me até con ella a la inmensa pata del pájaro Roc.
Me dije que no podría sobrevivir en la isla pero que el Roc en su vuelo tal vez
me condujera a parajes civilizados.
Al amanecer,
el Roc se irguió, lanzó un grito horroroso y se elevó por los aires conmigo
colgado de su pata. Atravesó
el mar volando por encima de las
nubes y después
de mucho rato empezó
a descender hasta posarse
finalmente en tierra.
Me
apresuré a desatarme, pero el pájaro no descubrió mi presencia más que si se
tratara de alguna mosca o de alguna hormiga que por allí pasase. El Roc se precipitó
a cazar un animal inmenso y se elevó con él entre sus garras nuevamente en
dirección al mar. Me dispuse entonces a reconocer el lugar.
Observé que todo el suelo estaba cubierto de diamantes de gran tamaño. Pero vi también que en todas direcciones se desplazaban serpientes gruesas como palmeras y supe que me hallaba al borde de la muerte. Sentí gran pánico y corrí hacia una cueva para salvar mi vida. Entré y cuando me habitué a la oscuridad advertí que lo que a primera vista tomé por una enorme roca negra era una serpiente enroscada sobre sus huevos. Sentí entonces en mi carne el horror de semejante espectáculo, la piel se me encogió como una hoja seca, temblé de terror y caí al suelo sin conocimiento. Así permanecí hasta la mañana.
Entonces, al convencerme de que no había sido
devorado todavía,
tuve suficiente aliento para deslizarme hasta
la entrada y lanzarme fuera tambaleándome como un borracho
a causa del sueño, del hambre y del terror.
Mientras deambulaba, cayó a mis pies
desde las alturas
el esqueleto de un buey sacrificado. Los restos de carne estaban
frescos y sanguinolentos. Alcé los ojos,
pero no vi a nadie.
Recordé en ese momento
lo que se contaba de los buscadores de diamantes. Como los buscadores no podían bajar
al valle de las serpientes, mataban bueyes o carneros, los desollaban y arrojaban las carcasas a los precipicios, donde iban a caer sobre
los diamantes que se
incrustaban en ellas
profundamente. Entonces llegaban
unas enormes águilas
para llevarse a sus nidos
los restos de los animales como
alimento de sus crías. Los
buscadores de diamantes se precipitaban sobre ellas
lanzando grandes gritos
para obligarlas a soltar su presa. Recogían
los diamantes adheridos a la carne fresca, abandonaban la res para alimento de las águilas
y regresaban a su país.
Me asaltó
la idea de que podía
tratar aún de salvar
mi vida y salir
de aquel valle.
Me incorporé y comencé
a amontonar una gran cantidad
de diamantes, abarroté
con ellos mis
bolsillos, me los introduje entre el traje
y la camisa, llené mi calzón y los pliegues de mi ropa.
Tras de lo cual, desenrollé la tela de mi turbante, como la primera vez... Luego
me introduje en el costillar del buey me até bien fuerte
con el turbante a los cuartos traseros
y esperé. A mediodía, un águila de gran tamaño
se precipitó sobre
la presa, la aferró
y la elevó por los aires
conmigo escondido en su interior. Noté luego
que se posaba
en su nido y que empezaba a desgarrarla con grandes picotazos que amenazaban con desgarrar mi propia carne. Pero entonces se escuchó un griterío y el sonido
de tambores que asustaron al ave y la obligaron a emprender nuevamente el vuelo.
Un grupo de hombres se acercó, desaté
mis ligaduras y salí de la res. Estaba cubierto de sangre de pies a cabeza por lo que mi
aspecto debía resultar
espantoso. Los hombres
se alejaron, pero yo grité: –¡No
temáis! Soy un hombre de bien.
El propietario del buey se inclinó sobre
la carne y la escudriñó sin encontrar allí los diamantes que buscaba. Alzó sus brazos
al cielo, diciendo: –¡Qué
desilusión! ¡Estoy perdido!
Al verlo,
me acerqué a él que exclamó: –¿Quién
eres? ¿Y de dónde vienes para robarme
mi fortuna?
Le respondí:
–No temas nada porque
no soy ladrón y tu fortuna
en nada ha disminuido. Saqué en seguida
de mi cinturón algunos
hermosos ejemplares de diamantes
y se los entregué diciéndole:
–¡He aquí una ganancia que no habrías
osado esperar en tu vida!
El propietario del
buey manifestó su alegría y me dio las gracias. Pasamos aquella noche
en un lugar agradable y yo no
cabía en
mí de gozo por
hallarme
otra
vez entre personas civilizadas.
Decidí permanecer en compañía de aquellas gentes
para viajar por nuevas tierras. Llegué con ellos
a una gran isla donde
descubrí a un portentoso animal que llaman rinoceronte.
El rinoceronte pasta exactamente como pastan las vacas y los búfalos
en nuestras praderas. Su cuerpo es mayor que el cuerpo del camello; al extremo del morro tiene
un cuerno largo
que le sirve para pelear y vencer al elefante, enganchándolo y teniéndolo en vilo
hasta que muere.
Pero no puede
desprenderse del cadáver
que empieza a derramar su grasa sobre
los ojos del rinoceronte
cegándole y haciéndole caer. Entonces
el rinoceronte se tiende a morir hasta que llega el pájaro Roc y se lo lleva entre
sus garras, junto con el cadáver del elefante ensartado en su cuerno.
Así dispone Alah
que se alimenten sus enormes polluelos.
Viví
algún tiempo allá; tuve ocasión de cambiar mis diamantes por más oro y plata de
lo que podría contener un navío. ¡Después regresé finalmente a Basora, país de
bendición, para ascender hasta Bagdad, morada de paz!
Tras
los saludos propios del retorno, no dejé de comportarme generosamente,
repartiendo dádivas entre mis parientes y amigos, sin olvidar a nadie. Disfruté
alegremente de la vida, comiendo manjares exquisitos y bebiendo licores
delicados.
Pero mañana, ¡oh mis amigos! Os contaré las peripecias de mi tercer
viaje, el cual es mucho más interesante que los dos primeros.
Luego
calló Simbad. Los esclavos sirvieron de comer y de beber. Después, Simbad el
Marino hizo que dieran cien monedas de oro a Simbad el Faquín, que las recibió
dando las gracias y se marchó invocando sobre la cabeza de Simbad el Marino las
bendiciones de Alah.
Por la mañana se levantó
el Faquín y volvió a casa del rico Simbad como él le había indicado. Simbad el
Marino empezó su relato de la manera siguiente:
–Sabed, ¡oh mis amigos!,
que con la deliciosa vida que yo disfrutaba desde el regreso de mi segundo
viaje, olvidé completamente los sinsabores sufridos y los peligros que corrí,
aburriéndome de permanecer en Bagdad. Así es que mi alma deseó con ardor
reemprender los viajes y el comercio. Adquirí ricas mercancías y partí de
Bagdad para Basora.
Allí me esperaba un gran
navío y no bien me encontré a bordo, nos hicimos a la vela con la bendición de
Alah para nosotros y para nuestra travesía.
Navegamos
durante días y noches, de mar en mar, de isla en isla, de tierra en tierra y de puerto en puerto.
Allí por donde pasábamos,
vendíamos y comprábamos obteniendo provecho de nuestro trabajo.
Un día, estábamos en alta mar cuando de pronto vimos
que el capitán del navío se golpeaba con fuerza el rostro y se mesaba
los pelos de la barba. Al verlo en ese estado,
lo rodeamos preguntándole: –¿Qué pasa, capitán? Contestó: –Mi corazón tiene
presentimientos de muerte.
Estamos a merced de un viento contrario que nos ha desviado de la ruta. La tempestad está sobre
nosotros.
Por desgracia, no tardamos en ver que se cumplían los presentimientos del capitán. El viento azotó
las velas, las olas cortaron las amarras y dañaron
el timón. Impulsado por el viento,
el navío se precipitó contra
la costa y encalló. La mayoría
de nosotros se apresuró a descender y permanecimos largo
rato contemplando desde la playa los restos
del navío.
Los árboles frutales y el agua dulce que abundaban en el lugar
nos permitieron recobrar
un tanto nuestras fuerzas. Al
amanecer, nos pareció ver entre los árboles
un edificio muy grande
y avanzamos hasta
acercarnos a él y descubrir que era un palacio de mucha altura,
rodeado por sólidas
murallas con una gran puerta
de ébano de dos hojas.
Como esta puerta estaba
abierta, la franqueamos y penetramos en una
inmensa sala. Extenuados de fatiga y miedo, nos
dejamos caer y nos dormimos
profundamente. Ya se había
puesto el sol,
cuando nos sobresaltó un ruido estruendoso. Desde el techo,
vimos descender ante
nosotros a un ser con rostro humano,
alto como una palmera, de horrible aspecto. Tenía los
ojos rojos como
dos tizones inflamados, los dientes salientes
como los colmillos
de un cerdo, una boca
enorme como el brocal de un pozo,
sus labios le colgaban sobre
el pecho. Sus
oscuras manos tenían
uñas ganchudas cual las garras
del león.
A l verlo, nos llenamos de terror. Él fue a sentarse contra
la pared y desde allí
comenzó a examinarnos en silencio uno a uno mientras encendía
gran cantidad de leña en el hogar
que había en aquella sala.
Tras de ello,
se adelantó hacia
nosotros, fue derecho a mí, tendió la
mano
y me
tomó de
la nuca. Me dio
vueltas
pero no debió
encontrarme de su gusto porque
me dejó, echándome a rodar por el suelo
y se apoderó del capitán
del navío. Eligió al capitán porque
era un hombre robusto, lo mató de un solo golpe, lo ensartó en un asador
de hierro y lo asó
como a un pollo
dorándolo en las
llamas de la hoguera.
Concluida su comida, el espantoso gigante se tendió sobre
el piso y no tardó
en dormirse, roncando igual que un búfalo. Y permaneció dormido hasta
la mañana. Lo vimos entonces
levantarse y alejarse como
había llegado. En cuanto se marchó, todos estallamos en llanto considerando la forma horrorosa en que moriríamos. Anochecía cuando
la tierra volvió a temblar bajo nuestros pies y apareció nuevamente aquel
ser gigantesco, que volvió a repetir las maniobras de la tarde
anterior. Sin embargo, cuando después de haber
dormido se alejó
nuevamente, uno de los
marineros dijo: – ¡Escuchadme compañeros! ¿No creéis que vale
más matar a este gigante
que dejar que
nos devore? ¡Construyamos antes
de
hacerlo
una balsa con las ramas
que cubren la playa;
aunque la balsa
naufrague y nos ahoguemos, habremos
evitado que el monstruo nos ase!
Todos exclamamos: –¡Por Alah! ¡Es una idea
razonable! Al momento nos dirigimos a la playa y construimos la balsa en la que
tuvimos cuidado de poner algunas frutas y hierbas comestibles. Al anochecer,
volvimos al palacio para esperar temblando al gigante. Todavía debimos observar
sin un murmullo cómo ensartaba y asaba a uno de nuestros compañeros. Pero
cuando se durmió y comenzó a roncar nos aprovechamos de su sueño.
Escogimos dos de los inmensos asadores de
hierro en los que ensartaba a sus víctimas y los calentamos en la hoguera hasta
que estuvieron al rojo vivo; los empuñamos luego fuertemente por el extremo
frío y –como eran muy pesados– llevamos cada uno entre varios. Nos acercamos a
él y entre todos hundimos a la vez los asadores en ambos ojos del gigante
dormido y apretamos con todas nuestras fuerzas para dejarlo ciego.
Debió sentir un dolor terrible porque el
grito que lanzó fue tan espantoso que al oírlo rodamos por el suelo a gran
distancia. Saltó él a ciegas y, aullando y corriendo en todos sentidos, intentó
atrapar a alguno de nosotros. Pero habíamos tenido tiempo de tirarnos
al suelo de bruces a su derecha
y a su izquierda, de manera que a cada
manotazo sólo
encontraba el vacío. Acabó
por dirigirse a tientas a la puerta y salió
dando gritos espantosos.
Nos lanzamos entonces
a la balsa que habíamos construido y empezamos a remar con las ramas
más fuertes. El gigante, adivinando nuestra
presencia, empezó a arrojar hacia
el mar inmensas rocas que levantaban
altas olas al caer con
estrépito en las aguas. La balsa
se inclinó y algunos de los marineros cayeron al mar. Sólo tres de nosotros permanecimos a flote, a merced del viento y las olas,
hasta que una brisa nos acercó a una isla
y en ella descendimos.
Junto con mis compañeros, nos alimentamos de hierbas y frutos durante algunos días,
pero al poco
tiempo una barca
de pescadores que se acercó
a las costas nos recogió
y en ella llegamos a una ciudad
de altos edificios cercana al mar. La llamaban la Ciudad de los Monos. Eran buena
gente pero la vida allí no era fácil pues los bosques
que rodeaban la ciudad estaban
habitados por multitud
de monos que
por las noches
invadían en bandadas
el lugar. Para
salvar sus vidas, los habitantes debían
descansar en sus barcas y regresar a sus casas
al amanecer, cuando
los monos volvían al bosque.
Permanecí pues
durmiendo en la barca que nos había
recogido. Un día, el dueño me dijo: –¿Eres
pescador? ¿Tienes oficio? Le respondí que sólo
sabía comprar y vender
mercancías pero que había
perdido todos mis bienes en un naufragio.
Entonces, me entregó una bolsa y me dijo:
–Toma esta bolsa,
llénala de
guijarros, ve con estos
hombres y
haz
todo lo que ellos hacen.
Conseguirás de ese
modo dinero para
pagar el pasaje que te lleve
a tu patria.
Hice lo que me indicó;
salí de la ciudad con un grupo
de hombres cada
uno de los cuales llevaba
al hombro una
bolsa cargada de guijarros. Nos
encaminamos a un valle de
altísimas palmeras plagadas
de monos. Los hombres empezaron a lanzarles las piedras
que habían conducido hasta allí; yo hice
lo mismo. Los monos respondieron lanzándonos cocos. Con ellos, todos volvimos a llenar nuestras bolsas y regresamos a la ciudad. Ese fue
mi trabajo durante
muchos días, hasta
que almacené gran cantidad de cocos y vendí otros tantos. Por fin, un día, agradecí al dueño de la barca todos
los favores que me había
dispensado y
embarqué junto con
mi gran cargamento de cocos en una
nave que acertó a pasar.
En todas las islas donde nos deteníamos, cambiaba mi mercancía por otros productos. Obtuve primero
canela y pimienta
y cambié luego
parte de estas
especias por madera
de China. En los
mares perleros, entregué esa excelente madera
y recibí a cambio
perlas de incalculable valor.
Y Alah
permitió que luego de navegar durante días y noches,
de mar en mar, de isla en isla, de tierra
en tierra y de puerto
en puerto, llegara a Basora más enriquecido que nunca. Entonces,
regresé a mi antigua
vida en Bagdad.
Como las otras noches,
Simbad el Faquín
recibió cien monedas
de oro y marchó a su casa,
donde descansó hasta
la mañana siguiente.
–Sabed, compañero
y hermano mío, –dijo Simbad el Marino aquella mañana–, que no escarmenté
fácilmente. Pretendí aprender de mis desventuras pero, como los que te he
contado, emprendí en total siete viajes. Mi nombre adquirió cierta fama entre
los navegantes que acudían a consultarme cosas relativas al comercio, a los
mares y a las islas. El califa llegó a escuchar mi historia y ordenó a los
cronistas que la escribieran y la depositaran en la biblioteca del palacio para
que sirviera de instrucción a quienes la leyeran.
Estuve ausente de mi patria veintisiete años
y sólo entonces me arrepentí ante Alah de mi manía viajera y le di gracias por
haberme devuelto a mi familia y a mi patria. Y aquí tienes, Simbad el Faquín,
la historia de mi vida.
El Faquín dijo: –¡Por Alah, hermano de
nombre, no me reprendas por pensar que habías adquirido fácilmente tus
riquezas!
Simbad el Marino mandó poner el mantel y dio
un festín que duró largas noches. Y después invitó a permanecer a su lado, como
mayordomo de su casa, a Simbad el Faquín. Y ambos vivieron fraternalmente hasta
que fue a visitarlos la que destruye las alegrías, la amarga muerte.
Cuando Sherezade
acabó de contar la historia de Simbad el Marino se calló sonriendo.
Entonces la
pequeña Doniazada se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada y dijo a
su hermana: “¡Oh, Sherezade, hermana mía! ¡Qué terrible, prodigioso y temerario
era Simbad el Marino!” Y Sherezade sonrió y dijo:
–No creas, ¡oh
rey afortunado! que todas las historias que has oído hasta ahora pueden valer
tanto como la historia de Alí Babá, que me reservo para la noche próxima, si
quieres.
Entonces el rey
Shariar dijo para sí: “¡No la mataré hasta después!”
Entonces
Sherezade sonrió y dijo:
–Cuentan que...
Pero en este
momento vio aparecer la mañana y se calló discreta.
B) CONSIGNA: RESPONDE EN TU CARPETA
1- ¿Cuántos
viajes hizo en total Simbad el Marino?
2- ¿Cuántos
años estuvo viajando?
3- ¿Qué hizo
el califa cuando escuchó la historia de Simbad el Marino?
4- ¿Qué
sucedió finalmente con Simbad el Faquìn?
B) CONSIGNA: OBSERVA CADA IMAGEN. ESCRIBE EN TU CARPETA UN
RESUMEN DE LA AVENTURA QUE CORRESPONDE A ESE DIBUJO.
EL PRIMERO VA DE EJEMPLO:
Descendieron del barco e hicieron una fogata para calentarse. En ese momento la isla comenzó a temblar y descubrieron que no era una isla en realidad sino un gran pez al que le habían crecido árboles y plantas sobre su lomo.
Comenzó a sacudirse por el fuego que lo estaba quemando y entonces formó inmensas olas que sacudieron el barco. Algunos lograron subirse al navío y huir.
Simbad cayó al agua y se aferró de un tronco. Se sentó sobre él a horcajadas y comenzó a remar con brazos y piernas hasta que llegó a una isla.
IMAGEN 1
IMAGEN 2
IMAGEN 3
IMAGEN 4
D)CONSIGNA: COPIA
ESTE TEXTO EN TU CARPETA SEPARÀNDOLO
EN TRES PÀRRAFOS ( INICIO- PROBLEMA- FINAL)
Iba un día caminando un hombre
cuyo trabajo era cargar bultos en su hombro. Su nombre era Simbad el Faquín.
Decidió sentarse en un banco que había fuera de una mansión y comenzó a
quejarse de que él era pobre y otros ricos. Luego un sirviente salió y lo invitó
a entrar ya que su amo lo había escuchado. Así conoció a Simbad el Marino quien
le relató sus aventuras. Finalmente se hicieron amigos y vivieron juntos hasta
la muerte.
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AHORA TRABAJAREMOS EN LA PARTE DE REFLEXIÒN DEL LENGUAJE
Traza línea larga.
Escribí: Actividades de la primera quincena de septiembre
Tìtulo: Tipo de palabras
A CONSIGNA: UBICA CADA
PALABRA EN LA COLUMNA QUE CORRESPONDA
Sherezade- princesa- rey- Shariar- pez- Simbad- mercader- barco- efrit-
Roc- pájaro- hermana- Doniazada- isla- ciudad- Bagdad- puerto- Basora
SUSTANTIVO |
SUSTANTIVO PROPIO |
|
|
B CONSIGNA: ELIGE Y COPIA EN LA
CARPETA DE REFLEXIÒN ÙNICAMENTE
LOS ADJETIVOS QUE DESCRIBEN A CADA PERSONAJE.
ADJETIVOS: malvada- elocuente- inteligente-triste- astuta-aburrida-valiente-peleadora-malhumorada
REY SHARIAR
ADJETIVOS: alegre-simpático-vengativo-enamoradizo-trabajador-curioso-celoso
SIMBAD el MARINO
ADJETIVOS: anciano-dormilón-generoso-aventurero-elocuente-mentiroso-aburrido-asustadizo
Mira este dibujo de Simbad el Marino junto a Simbad el Faquín. Observa la
vestimenta, la vivienda, el estilo del Lejano Oriente.
Trabajaremos en la parte de
Enciclopedia del Lejano Oriente
CONSIGNA: EN EL APARTADO DE LA ENCICLOPEDIA DEL LEJANO
ORIENTE, DIBUJA LA VESTIMENTA TÌPICA, EL BARCO Y LA CASA DE SIMBAD EL MARINO.
Copia el texto que acompaña los dibujos.
SIMBAD EL MARINO usaba turbante en su cabeza y pantalones en
forma de babucha que ajustaba con una tira de tela que daba varias vueltas a su
cintura.
Tipo de barco en los que viajaba SIMBAD; tenìa velas y era de madera.
Casa de SIMBAD EL MARINO
con cùpulas semicirculares, torres y puertas en forma de arco.
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