lunes, 31 de agosto de 2020

Prácticas del Lenguaje, primera quincena de septiembre 2020

 

SECUENCIA DE ACTIVIDADES PARA LA PRIMERA QUINCENA DE SEPTIEMBRE

Hola ¿Cómo estás? Espero que muy bien.  Nos ponemos a trabajar.

LEE ESTAS INSTRUCCIONES:

Trabaja en el siguiente orden: 1-PRÁCTICAS DEL LENGUAJE; 2-CIENCIAS SOCIALES; 3-CIENCIAS NATURALES; 4- MATEMÁTICA.

LEE CADA CONSIGNA antes de comenzar a trabajar.

Donde dice “COPIAR O IMPRIMIR”, DEBE ESTAR EN LA CARPETA.

MUY IMPORTANTE: SI TIENES DUDAS DEBES PREGUNTAR A TU MAESTRA

 

PRÁCTICAS DEL LENGUAJE

Traza línea larga en la carpeta, en la parte de Lectura y escritura.

Escribe: primera quincena de septiembre

Título:   Continuamos leyendo Los viajes de Simbad el Marino

 

A)      A)       CONSIGNA: LEE EL CUENTO AL MENOS DOS VECES.   

 

   Hasta ahora hemos leído los dos primeros viajes que hizo Simbad el Marino.  Ahora leeremos otros viajes más que realizó este mercader aventurero.

   Comencemos:

 

 

…..Tomé una decisión. Me quité el turbante, lo trencé como una cuerda y me até con ella a la inmensa pata del pájaro Roc. Me dije que no podría sobrevivir en la isla pero que el Roc en su vuelo tal vez me condujera a parajes civilizados.

   Al amanecer, el Roc se irguió, lanzó un grito horroroso y se elevó por los aires conmigo colgado de su pata. Atravesó el mar  volando por encima de  las nubes y después de mucho rato empezó   descender  hasta  posarse  finalmente   en   tierra.

    Me apresuré a desatarme, pero el pájaro no descubrió mi presencia más que si se tratara de alguna mosca o de alguna hormiga que por allí pasase. El Roc se precipitó a cazar un animal inmenso y se elevó con él entre sus garras nuevamente en dirección al mar. Me dispuse entonces a reconocer el lugar.

   Observé   que   todo  el   suelo   estaba   cubierto  de  diamantes   de gran tamaño. Pero vi también que en todas direcciones se desplazaban serpientes gruesas como palmeras y supe que me hallaba al borde de la muerte. Sentí gran pánico y corrí  hacia   una cueva para salvar mi vida. Entré y cuando me habitué a la oscuridad advertí que lo que a primera vista tomé por una enorme  roca  negra era  una serpiente   enroscada  sobre sus huevos. Sentí entonces en mi carne el horror de semejante espectáculo, la  piel  se  me   encogió  como  una hoja seca, temblé   de   terror    caí al suelo sin conocimiento. Así permanecí hasta la mañana.

   Entonces, al convencerme de que no había sido devorado todavía, tuve suficiente aliento para deslizarme hasta la entrada y lanzarme fuera tambaleándome como un borracho a causa del sueño, del hambre y del terror.

   Mientras deambulaba, cayó a mis pies desde las alturas el  esqueleto de un buey sacrificado. Los restos de carne estaban frescos y sanguinolentos. Alcé los ojos, pero no vi a nadie. Recordé en ese momento lo que se contaba de los buscadores de diamantes. Como los buscadores no podían bajar al valle de las serpientes, mataban      bueyes   o  carneros, los desollaban y arrojaban   las  carcasas a los precipicios, donde iban a caer sobre los diamantes que se incrustaban en ellas profundamente. Entonces llegaban unas enormes águilas para llevarse a sus nidos los restos de los animales como alimento de sus crías. Los buscadores de diamantes se precipitaban sobre ellas lanzando grandes gritos para obligarlas a soltar su presa. Recogían los diamantes adheridos a la carne fresca, abandonaban la res para alimento de las águilas y regresaban a su país.

   Me asaltó la idea de que podía tratar aún de salvar mi vida y salir de aquel valle.      Me incorporé y comencé a amontonar   una gran cantidad de diamantes, abarroté con   ellos  mis bolsillos, me los introduje entre el traje y la camisa, llené mi calzón y los pliegues de  mi  ropa. Tras de lo cual, desenrollé  la   tela  de  mi  turbante, como la   primera vez... Luego me introduje en el costillar del buey me até bien fuerte con el turbante a los cuartos traseros y esperé. A   mediodía, un águila   de   gran   tamaño se   precipitó sobre  la   presa, la   aferró y la elevó por  los   aires conmigo escondido en su interior. Noté   luego  que   se  posaba  en  su  nido    y que    empezaba a   desgarrarla con grandes picotazos que amenazaban con desgarrar mi propia carne. Pero entonces  se escuchó  un  griterío y el sonido de tambores que asustaron al ave y la obligaron a emprender nuevamente el vuelo.

    Un grupo de hombres se acercó, desaté mis ligaduras y salí   de la     res. Estaba   cubierto   de   sangre  de  pies  a      cabeza   por   lo   que   mi aspecto debía resultar espantoso. Los hombres se alejaron, pero yo grité: –¡No temáis! Soy un hombre de bien.

 El  propietario  del  buey se inclinó sobre la carne y la  escudriñó sin encontrar allí  los diamantes que buscaba. Alzó sus brazos al cielo, diciendo: –¡Qué desilusión! ¡Estoy perdido!

   Al verlo, me acerqué a él que exclamó: –¿Quién eres? ¿Y de dónde vienes para robarme mi fortuna?

    Le respondí: –No temas nada porque  no  soy  ladrón tu  fortuna en nada ha disminuido. Saqué en seguida de mi cinturón algunos hermosos ejemplares de diamantes y se los entregué diciéndole:

–¡He    aquí   una     ganancia    que     no    habrías  osado   esperar   en  tu    vida!  El   propietario  del  buey  manifestó    su alegría   y   me   dio  las   gracias. Pasamos   aquella  noche                  en         un   lugar          agradable      y   yo   no   cabía    en  de gozo   por  hallarme  otra  vez   entre  personas civilizadas.

   Decidí permanecer en compañía de aquellas gentes para viajar por   nuevas  tierras. Llegué con ellos a una gran isla donde descubrí  a   un     portentoso     animal     que    llaman   rinoceronte.

  El rinoceronte pasta exactamente como pastan las vacas y los búfalos en nuestras praderas. Su cuerpo es mayor  que  el cuerpo  del camello; al extremo del morro tiene un cuerno largo que le sirve para pelear y vencer al elefante, enganchándolo y teniéndolo en vilo hasta que muere. Pero no puede desprenderse del cadáver que empieza a derramar su grasa sobre los ojos del rinoceronte cegándole   haciéndole  caer. Entonces el rinoceronte se tiende a morir    hasta   que   llega     el     pájaro   Roc   y   se   lo   lleva      entre   sus    garras, junto con el cadáver del elefante ensartado en su cuerno. Así   dispone  Alah   que se alimenten sus enormes polluelos.

 Viví algún tiempo allá; tuve ocasión de cambiar mis diamantes por más oro y plata de lo que podría contener un navío. ¡Después regresé finalmente a Basora, país de bendición, para ascender hasta Bagdad, morada de paz!

   Tras los saludos propios del retorno, no dejé de comportarme generosamente, repartiendo dádivas entre mis parientes y amigos, sin olvidar a nadie. Disfruté alegremente de la vida, comiendo manjares exquisitos y bebiendo licores delicados.

   Pero mañana, ¡oh mis amigos! Os contaré las peripecias de mi tercer viaje, el cual es mucho más interesante que los dos primeros.

   Luego calló Simbad. Los esclavos sirvieron de comer y de beber. Después, Simbad el Marino hizo que dieran cien monedas de oro a Simbad el Faquín, que las recibió dando las gracias y se marchó invocando sobre la cabeza de Simbad el Marino las bendiciones de Alah.

 Por la mañana se levantó el Faquín y volvió a casa del rico Simbad como él le había indicado. Simbad el Marino empezó su relato de la manera siguiente:

 –Sabed, ¡oh mis amigos!, que con la deliciosa vida que yo disfrutaba desde el regreso de mi segundo viaje, olvidé completamente los sinsabores sufridos y los peligros que corrí, aburriéndome de permanecer en Bagdad. Así es que mi alma deseó con ardor reemprender los viajes y el comercio. Adquirí ricas mercancías y partí de Bagdad para Basora.

   Allí me esperaba un gran navío y no bien me encontré a bordo, nos hicimos a la vela con la bendición de Alah para nosotros y para nuestra travesía.

 

 
Navegamos durante días y noches, de mar en mar, de isla en isla, de tierra en tierra y de puerto en puerto. Allí por donde pasábamos, vendíamos y comprábamos obteniendo provecho de nuestro trabajo.

 

     Un día, estábamos en alta mar cuando de pronto vimos que el capitán del   navío   se   golpeaba   con   fuerza el rostro  se  mesaba  los pelos   de   la   barba.  Al   verlo    en   ese    estado, lo    rodeamos      preguntándole: –¿Qué  pasa, capitán? Contestó: –Mi    corazón   tiene   presentimientos  de   muerte. Estamos   a    merced     de   un viento contrario que nos     ha   desviado de  la  ruta. La  tempestad  está  sobre  nosotros.

   Por desgracia, no   tardamos   en   ver  que    se   cumplían   los     presentimientos   del capitán. El viento azotó las velas, las olas cortaron las amarras y dañaron el timón. Impulsado por el viento, el navío se precipitó contra la costa y encalló. La mayoría de nosotros se apresuró a descender y permanecimos largo   rato contemplando desde la playa los restos del navío.

   Los árboles frutales y el agua dulce que abundaban en el lugar nos permitieron recobrar un tanto nuestras fuerzas.  Al  amanecer, nos  pareció  ver  entre  los  árboles un edificio muy grande y avanzamos hasta acercarnos a él y descubrir que era un palacio de mucha altura, rodeado por sólidas murallas con una gran puerta de ébano de dos hojas. Como esta puerta estaba abierta, la franqueamos y penetramos en una inmensa sala. Extenuados de fatiga y miedo, nos dejamos caer y nos dormimos profundamente. Ya se había puesto el sol, cuando nos sobresaltó un ruido estruendoso. Desde el techo, vimos descender ante nosotros a un ser con rostro humano, alto como una palmera, de horrible aspecto. Tenía los ojos rojos como dos tizones inflamados, los dientes salientes como los colmillos de un cerdo, una boca enorme como el brocal de un pozo, sus labios le colgaban sobre el pecho. Sus oscuras manos tenían uñas ganchudas cual las garras del león.

   A l verlo, nos   llenamos  de  terror.  Él  fue  sentarse  contra  la  pared y desde allí comenzó a examinarnos en silencio uno a uno mientras encendía gran  cantidad       de  leña  en  el     hogar  que  había en aquella sala. Tras de ello, se adelantó hacia nosotros, fue derecho  a  mí,  tendió   la  mano  y  me  tomó  de  la  nuca.  Me  dio  vueltas pero no debió encontrarme de su gusto porque me dejó, echándome a rodar por el suelo y se apoderó del capitán del navío.  Eligió al capitán porque era un hombre robusto, lo mató de un solo golpe, lo ensartó en un asador de hierro y lo asó como a un pollo dorándolo en las llamas de la hoguera.

   Concluida su comida, el espantoso gigante se tendió sobre el    piso  no    tardó  en  dormirse, roncando igual  que  un  búfalo. Y permaneció dormido hasta la mañana. Lo vimos entonces levantarse y alejarse como había llegado. En cuanto se marchó, todos estallamos en llanto considerando la forma horrorosa en que moriríamos.    Anochecía cuando la tierra volvió a temblar bajo nuestros pies y apareció nuevamente aquel ser gigantesco, que volvió a repetir las maniobras de la tarde anterior. Sin embargo, cuando después de haber dormido se alejó nuevamente, uno de los marineros dijo: ¡Escuchadme compañeros! ¿No creéis que vale más matar a este gigante que dejar que nos devore? ¡Construyamos  antes  de  hacerlo  una    balsa con las ramas que cubren la playa; aunque la balsa naufrague y nos ahoguemos, habremos  evitado que el monstruo nos ase!

   Todos exclamamos: –¡Por Alah! ¡Es una idea razonable! Al momento nos dirigimos a la playa y construimos la balsa en la que tuvimos cuidado de poner algunas frutas y hierbas comestibles. Al anochecer, volvimos al palacio para esperar temblando al gigante. Todavía debimos observar sin un murmullo cómo ensartaba y asaba a uno de nuestros compañeros. Pero cuando se durmió y comenzó a roncar nos aprovechamos de su sueño.

   Escogimos dos de los inmensos asadores de hierro en los que ensartaba a sus víctimas y los calentamos en la hoguera hasta que estuvieron al rojo vivo; los empuñamos luego fuertemente por el extremo frío y –como eran muy pesados– llevamos cada uno entre varios. Nos acercamos a él y entre todos hundimos a la vez los asadores en ambos ojos del gigante dormido y apretamos con todas nuestras fuerzas para dejarlo ciego.

   Debió sentir un dolor terrible porque el grito que lanzó fue tan espantoso que al oírlo rodamos por el suelo a gran distancia. Saltó él a ciegas y, aullando y corriendo en todos sentidos, intentó atrapar a alguno de nosotros. Pero habíamos tenido tiempo de tirarnos al suelo de bruces a su derecha y a su izquierda, de manera que a cada manotazo  sólo  encontraba  el   vacío. Acabó por dirigirse  a   tientas  a    la     puerta    y salió dando gritos espantosos.

   Nos lanzamos entonces a la balsa que habíamos construido y empezamos a remar con las ramas más fuertes. El gigante, adivinando nuestra presencia, empezó a arrojar hacia el mar inmensas rocas que   levantaban  altas   olas   al   caer con estrépito en las aguas. La balsa se inclinó y algunos de los marineros cayeron al mar. Sólo tres de nosotros permanecimos a flote, a merced del viento y las olas, hasta que una brisa nos acercó a una isla y en ella descendimos.

   Junto con mis compañeros, nos alimentamos de hierbas y frutos durante algunos días, pero al poco tiempo una barca de pescadores que se acercó a las costas nos recogió y en ella llegamos a una ciudad de altos edificios cercana al mar. La llamaban la Ciudad de los Monos.   Eran buena gente pero la vida allí no era fácil pues los bosques que rodeaban la ciudad estaban habitados por multitud de monos que por las noches invadían en bandadas el lugar. Para salvar sus vidas, los habitantes debían descansar en sus barcas y regresar a sus casas al amanecer, cuando los monos volvían al bosque.

   Permanecí pues durmiendo en la barca que nos había recogido. Un día, el dueño me dijo: –¿Eres pescador? ¿Tienes oficio? Le respondí que sólo sabía comprar   y vender mercancías pero que había perdido todos mis bienes en un naufragio.

   Entonces, me entregó una bolsa y me dijo: –Toma esta bolsa, llénala    de    guijarros, ve con estos hombres   y   haz     todo    lo    que ellos hacen. Conseguirás de ese modo dinero para pagar el pasaje que te lleve a tu patria.

   Hice lo que me indicó; salí de la ciudad con un grupo de hombres cada uno de los cuales llevaba al hombro una bolsa cargada de guijarros. Nos encaminamos a un valle   de  altísimas palmeras plagadas de monos. Los hombres empezaron a lanzarles las piedras que habían conducido hasta allí; yo hice lo mismo. Los monos respondieron lanzándonos cocos. Con ellos, todos volvimos  a  llenar      nuestras bolsas  y  regresamos  a  la  ciudad. Ese fue mi trabajo durante muchos días, hasta que almacené gran cantidad de cocos  y    vendí   otros    tantos. Por fin, un día, agradecí al dueño de la barca todos los favores que me había dispensado   y   embarqué     junto con mi gran cargamento de cocos en una nave que acertó a pasar.

   En todas las islas donde nos deteníamos, cambiaba mi mercancía por otros productos. Obtuve primero canela y pimienta y cambié luego parte de estas especias por madera de China. En los mares perleros, entregué esa excelente madera y recibí a cambio perlas de incalculable valor.

    Y  Alah   permitió que luego de navegar durante días y noches, de mar en mar, de isla en isla, de tierra en tierra y de puerto en puerto, llegara a Basora más enriquecido que nunca. Entonces, regresé a mi antigua vida en Bagdad.

Como las otras noches, Simbad el Faquín recibió cien monedas de oro y marchó a su casa, donde descansó hasta la mañana  siguiente.

 

–Sabed, compañero y hermano mío, –dijo Simbad el Marino aquella mañana–, que no escarmenté fácilmente. Pretendí aprender de mis desventuras pero, como los que te he contado, emprendí en total siete viajes. Mi nombre adquirió cierta fama entre los navegantes que acudían a consultarme cosas relativas al comercio, a los mares y a las islas. El califa llegó a escuchar mi historia y ordenó a los cronistas que la escribieran y la depositaran en la biblioteca del palacio para que sirviera de instrucción a quienes la leyeran.

   Estuve ausente de mi patria veintisiete años y sólo entonces me arrepentí ante Alah de mi manía viajera y le di gracias por haberme devuelto a mi familia y a mi patria. Y aquí tienes, Simbad el Faquín, la historia de mi vida.

 

   El Faquín dijo: –¡Por Alah, hermano de nombre, no me reprendas por pensar que habías adquirido fácilmente tus riquezas!

  Simbad el Marino mandó poner el mantel y dio un festín que duró largas noches. Y después invitó a permanecer a su lado, como mayordomo de su casa, a Simbad el Faquín. Y ambos vivieron fraternalmente hasta que fue a visitarlos la que destruye las alegrías, la amarga muerte.

 

Cuando Sherezade acabó de contar la historia de Simbad el Marino se calló sonriendo.

 

Entonces la pequeña Doniazada se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada y dijo a su hermana: “¡Oh, Sherezade, hermana mía! ¡Qué terrible, prodigioso y temerario era Simbad el Marino!” Y Sherezade sonrió y dijo:

 

–No creas, ¡oh rey afortunado! que todas las historias que has oído hasta ahora pueden valer tanto como la historia de Alí Babá, que me reservo para la noche próxima, si quieres.

 

Entonces el rey Shariar dijo para sí: “¡No la mataré hasta después!”

 

Entonces Sherezade sonrió y dijo:

–Cuentan que...

Pero en este momento vio aparecer la mañana y se calló discreta.

  

 

 

B)      CONSIGNA:  RESPONDE EN TU CARPETA

 

1-       ¿Cuántos viajes hizo en total Simbad el Marino?

 

2-       ¿Cuántos años estuvo viajando?

 

3-       ¿Qué hizo el califa cuando escuchó la historia de Simbad el Marino?

 

4-       ¿Qué sucedió finalmente con Simbad el Faquìn?



B)      CONSIGNA:  OBSERVA CADA IMAGEN. ESCRIBE EN TU CARPETA UN RESUMEN DE LA AVENTURA QUE CORRESPONDE A ESE DIBUJO. 

 

EL PRIMERO VA DE EJEMPLO:


Simbad el marino (2) - Escolar - ABC Color    Descendieron del barco e hicieron una fogata para calentarse. En ese momento la isla comenzó a temblar y descubrieron que no era una isla en realidad sino un gran pez al que le habían crecido árboles y plantas sobre su lomo. 

          Comenzó a sacudirse por el fuego que lo estaba quemando y entonces formó inmensas olas que sacudieron el barco. Algunos lograron subirse al navío y huir.

          Simbad cayó al agua y se aferró de un tronco. Se sentó sobre él a horcajadas y comenzó a remar con brazos y piernas hasta que llegó a una isla.


Historia de Simbad el Marino | tintamundi     IMAGEN 1




Algunas historias de     IMAGEN 2



Simbad el Marino - Wikiwand      IMAGEN 3




Algunas historias de     IMAGEN 4




D)CONSIGNA: COPIA ESTE TEXTO EN TU CARPETA SEPARÀNDOLO EN TRES PÀRRAFOS   ( INICIO- PROBLEMA- FINAL)

    Iba un día caminando un hombre cuyo trabajo era cargar bultos en su hombro. Su nombre era Simbad el Faquín. Decidió sentarse en un banco que había fuera de una mansión y comenzó a quejarse de que él era pobre y otros ricos.  Luego un sirviente salió y lo invitó a entrar ya que su amo lo había escuchado. Así conoció a Simbad el Marino quien le relató sus aventuras. Finalmente se hicieron amigos y vivieron juntos hasta la muerte.

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AHORA TRABAJAREMOS EN LA PARTE DE REFLEXIÒN DEL LENGUAJE

Traza línea larga.

Escribí: Actividades de la primera quincena de septiembre

Tìtulo:                                              Tipo de palabras

 

A   CONSIGNA: UBICA CADA PALABRA EN LA COLUMNA QUE CORRESPONDA

 

Sherezade- princesa- rey- Shariar- pez- Simbad- mercader- barco- efrit- Roc- pájaro- hermana- Doniazada- isla- ciudad- Bagdad- puerto- Basora

 

 

SUSTANTIVO COMÚN

SUSTANTIVO PROPIO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



B CONSIGNA:  ELIGE Y COPIA EN LA CARPETA DE REFLEXIÒN ÙNICAMENTE LOS ADJETIVOS QUE DESCRIBEN A CADA PERSONAJE.


PRINCESA SHEREZADE

ADJETIVOS: malvada- elocuente- inteligente-triste- astuta-aburrida-valiente-peleadora-malhumorada



REY SHARIAR

ADJETIVOS: alegre-simpático-vengativo-enamoradizo-trabajador-curioso-celoso




SIMBAD el MARINO

ADJETIVOS:  anciano-dormilón-generoso-aventurero-elocuente-mentiroso-aburrido-asustadizo



Mira  este dibujo  de Simbad el Marino  junto a Simbad el Faquín. Observa la vestimenta, la vivienda, el estilo del Lejano Oriente.

Simbad el Marino – Axiomático 


Trabajaremos en la parte de Enciclopedia del Lejano Oriente

 

 

 

CONSIGNA: EN EL APARTADO DE LA ENCICLOPEDIA DEL LEJANO ORIENTE, DIBUJA LA VESTIMENTA TÌPICA, EL BARCO Y LA CASA DE SIMBAD EL MARINO. Copia el texto que acompaña los dibujos.


Simbad el marino. Cuento tradicional para niños    SIMBAD EL MARINO  usaba turbante en su cabeza y pantalones en forma de babucha que ajustaba con una tira de tela que daba varias vueltas a su cintura.





Simbad, el marino    Tipo de barco en los que viajaba SIMBAD; tenìa velas y era de madera.

 




Simbad, el marino (para el esfuerzo y la superación) | En Clave de Niños    

Casa de SIMBAD EL MARINO con cùpulas semicirculares, torres y puertas en forma de arco.

 

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